La revolución de estar juntas – Ahora que si nos ven – dentro del libro Ni Una Menos
La revolución de estar juntas – Ahora que si nos ven
Cada vez que hay un grupo de mujeres juntas algo se transforma. En una mesa de 4 o 5, sean amigas de toda la vida o unas completas desconocidas, todas tenemos una complicidad instalada, mismos fantasmas que batallamos y alertas inconscientes que compartimos con lo que vivimos y tenemos naturalizado.
Que valioso es cuando hablamos. Exhalar nuestro pesar nos empata siempre, porque es en esa autenticidad en la que nos reconocemos, crecemos y sanamos.
El primer estallido interno que me hizo cuestionar todo lo conocido hasta el momento, fue la llegada de mi hijo Marco. El primer gran velo que cae frente a mi es el de la maternidad sonriente, suave, mágica y esplendorosa. ¿Por qué a mi no me pasaba lo que veía en otras madres, en las pelis o en las publicidades? Marketing, nena. La realidad viene con olor a vómito, con el descanso entrecortado y el abismo de lo desconocido, pero con la garantía de que será eterno.
Mi pequeño gran maestro me invitaba a deshojar el mundito heteronormado que creía único. Observando a otras madres y padres frente a la cantidad de responsabilidades para los progenitores de las criaturas, siempre la balanza se inclinaba más abajo para las mamis, el peso de las obligaciones que resolvemos automáticamente, sin cuestionar roles y tareas “compartidas”. Otra época… ¿otra época?
En la tarde de un día frío de 2015 una noticia que leo me deja en pausa, pensando.
Una piba en un pueblo de Santa Fe había sido asesinada brutalmente por su novio, que luego la enterró en el patio de la casa de sus abuelos. Ella tenía 14 años.
Esta información me perturbó. Como persona, como mujer y como madre de un varón me sentí totalmente interpelada. ¿Cómo es posible un acto así? Pensé. ¿Qué fue lo que lo llevó a accionar de esa manera? La angustia me tomó por completo y ya no podía pensar ni hablar de otra cosa.
Leí un retuit que terminó de sacudirme: «Actrices, políticas, artistas, empresarias, referentes sociales… mujeres, todas, bah… ¿no vamos a levantar la voz? NOS ESTÁN MATANDO.» Lo había escrito la periodista Marcela Ojeda y las redes estallaron para darle visibilidad al tema. Como una mamushka –esas muñecas apilables que están una dentro de la otra– descubrimos que dentro de la violencia sistemática había más y más para profundizar, era necesario dar luz y cuestionar.
Se armó espontáneamente una convocatoria para el 3 de junio y me organicé para pasar un rato antes de ir a laburar, estaba haciendo función de teatro en la calle Corrientes con la obra Toc Toc. Me quedaba cerca, no había excusas para no acercarme, a pesar de que estaba sola.
No tenía experiencia en reuniones masivas. Nunca antes fui activista partidaria y la única experiencia de masividad popular que conocía era la del 24 de marzo. La enormidad de ese encuentro fue emocionante y urgente. No estaba sola, éramos miles. El clima estaba como nosotras, gris y opaco. Estábamos angustiadas, embroncadas, pero juntas, y algo nuevo pasó. Así lo sentí y así lo veo hoy para todxs con el diario del lunes. Que importante es la unión.
Como actriz, comunicadora –y ahora madre– algo tenía que hacer. De alguna manera debía participar, o acompañar, para difundir lo que nos estaba pasando. ¿Pero cómo? ¿Con quién? ¿Cómo se hace?
No fue hasta marzo del 2018 cuando me convocó el remolino silencioso y contundente que crecía en los debates en la calle, en las noticias y entre las periodistas, y que puso en la órbita pública un tema esencial y pospuesto para la sociedad argentina: precisábamos una ley que nos otorgara el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo. Colegas mías, que no eran amigas pero sí admiradas profesionales, empezaron a hablar públicamente de este tema en distintas entrevistas. Hubo una foto en particular, de una primera reunión entre muchas actrices con las que había trabajado, compañeras que conocía y respetaba, esa foto me iluminó. Conseguí el teléfono de Dolores Fonzi y le pedí que me incluya en el chat de las actrices. Me contestó: “Mirá que somos como 30”. Le respondí que no me importaba, que quería estar informada y ayudar en lo que se pudiera armar.
Hablar de aborto siempre fue feo. Porque es un tema tabú y porque con solo mencionar la palabra aparecen prejuicios. Con ese estigma también crecimos, entre la escasa educación sexual que recibió mi generación (nací en el año 1981, formada en la escuela pública en capital federal) y las pocas clases a las que teníamos acceso, que además sólo estaban vinculadas con información sobre fines preventivos, reproductivos y descriptivos de la anatomía genital. No se debatía sobre autonomía, decisión, soberanía, consenso y muchísimo menos sobre el placer de nuestros cuerpos.
Nunca me había cuestionado esto. La cultura de la insistencia –por parte de varones y mujeres– nos cansaba y muchas accedíamos a infinitas situaciones sin quererlas, porque negarse, decir “no”, carecía de peso y respeto. Era más fácil aceptar y bancar la que se venga. Así me fui acomodando a situaciones a las que hoy no dudaría en frenar y poner el grito en el cielo, o intentar explicar con amorosidad –pues la forma es el mensaje– que ya estamos en nuevos tiempos y que no debemos replicar viejos esquemas, ni mucho menos aceptarlos.
Las actrices ya estábamos organizadas. Nos encontrábamos en salas de ensayo, casas y teatros independientes para pensar juntas qué debíamos informar para nutrir el debate y cómo podíamos comunicarlo. Fue una revolución absoluta y rotunda en lo personal. Velos y más velos se caían. Todo lo que escuchaba me retrotraía a mi propia historia, acciones, situaciones, silencios y las tantas sonrisas forzadas que sostuve por no poder señalar lo que me parecía horrible en lo que escuchaba, veía o presenciaba. Crecimos tan seteadas a no alzar nuestra voz que el desafío de comunicar lo que pensamos y el ejercicio de pedir respeto por nuestras opiniones a veces es difícil, inclusive para nosotras.
Por ello, mucha de la visibilidad que trajo debatir este tema nos interpeló en varios aspectos. No fue solo hablar sobre el aborto, sino de todas las capas que envuelven el tema. De cómo el sistema patriarcal y machista nos fue llevando a un mandato exclusivo, sin posibilidad de gestionar nuestra propia vida y, principalmente, elegir nuestra composición familiar, vincular y –me atrevo decir– nuestro destino.
En este camino muchísimas mujeres con trayectoria de lucha abrazaron nuestra unión. La Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito nos formó. Organizamos jornadas para analizar en detalle, artículo por artículo, el proyecto de ley que venían impulsando desde hacía tantos años. Nosotras estábamos agradecidas de poder acercarnos al proceso de construcción de derechos, como profesionales de un rubro que nada comparte con la ciencia, las estadísticas, las leyes y los convenios técnicos. Las actrices nos unimos como comunicadoras, aprovechamos que las caras conocidas generaban confianza y una nueva apertura para escuchar el debate en cuestión.
@LauraAzcurra
